Una madre y dos hijas que vivirán por siempre en mi corazón
En la antesala del Día de la Madre les comparto esta fotografía que reúne a tres generaciones de mujeres valientes, guerreras, luchadoras, de esas que no se amilanan frente a la vida. Herencia de doña Elena, mi madre, mujer de sueños grandes, con amor de sobra para regalar a diestra y siniestra. Ella se fue el 2014, siete años después que su nieta Nuria, mi hija mayor, pero el legado y el recuerdo de ambas ilumina los corazones de Wanda, mi hija menor, y el mío, y hoy les rendimos un tributo de amor a ellas porque están vivas en nuestros corazones.
Les comparto este texto que retrata muy bien a doña Elena.
Extracto de mi libro "Carta a una hija que duerme"
Esa era su esencia, apoyar a sus hijos y a sus nietos cuando la necesitaban, era lo que le daba sentido a su
vida, servir a su familia, vivir para sus hijos y nietos es lo que siempre
hizo, no tenía más visión de la vida que esa, no admitía otra misión. Era un
alma noble, una mujer de empuje, de temple, era el soporte de la familia, el
tronco en el que todos nos apoyábamos, al que todos acudíamos en busca de refugio.
Era diminuta pero tenía la fuerza para enfrentarse a un huracán si de por medio
estaba el bienestar de los suyos.
Tenía ideas
tribales sobre la familia, no aceptaba a cualquiera en ese círculo cerrado,
nunca tuvo amigas ni dejó que mi padre tuviera los suyos, y hubiera querido que
nosotros tampoco los tuviéramos, para ella solo contaba la familia. Nunca
permitió que sus nietos tuvieran
padrinos y madrinas fuera de nosotros mismos, yo soy la madrina de los hijos de
Leda y de los dos primeros hijos de su tío Zeín; su tía es la madrina de ustedes; Frank es el
padrino, ¡en fin! Ella nos convirtió en un clan, cualquiera que quisiera entrar
tenía que ser aprobado por ella, pero a Pablo lo aceptó desde el principio.
En ese
entonces tenía casi 80 años pero eso no la amilanaba, se sentía con fuerzas
para asumir la tarea de cuidar un bebé, hablaba del futuro como si tuviera 15
años y se negaba a ser derrotada por el paso del tiempo. No se aferraba a la
vida por ella misma sino por los suyos, por no abandonarlos, creía que su
misión no había terminado, ella hubiera querido ser eterna, por eso cuando
enfermó y ya no pudo servirnos se deprimió y nunca pudo asimilar que había
llegado el momento de ser servida, de ser cuidada, de ser amada.
Su partida fue un golpe duro para ella,
todos la sentimos pero ella de manera
especial, no sabíamos cómo bregar con eso, así que pensamos que una forma de
evitar el dolor era no hablar de su viaje a la eternidad. Es lo que hicimos en los siete años que ella le
sobrevivió, creamos la falsa ilusión de que si no hablábamos de usted era que
estaba viva, queríamos pensar que solo estaba ausente, que vivía en otro país, pero todos sabíamos que solo estábamos evadiéndonos.
No la mencionamos mucho porque la amamos demasiado, porque no queremos cobrar
conciencia de que se fue definitivamente, porque no estamos listos para decirle
adiós.
Ella se dio cuenta de la treta y nos
siguió la corriente, tampoco la mencionaba, pero nunca le dijo adiós, yo podía
ver en su rostro un silencioso reproche cuando la vida volvió a la normalidad
para nosotros, ella nunca volvió a ser la misma, nunca volvió a reír de la
misma manera y sospecho que a pesar de
su fe, se enojó con Dios por llevársela. Usted era su nieta predilecta, “mi
mejor nieta” solía decir, y no porque no
amara a sus otros nietos con el mismo amor, sino porque usted se lo ganó a
pulso. Usted la amó, la honró y la respetó hasta su último día.
Ahora su “Mita” yace con usted en la misma
tumba. Se nos fue el 2014 y comparten para siempre esa morada, ya nunca se
separarán.